dilluns, 13 de juny del 2011

Mira la hora. Sí, el tiempo pasa.


Pasa y no late. Extrañamente, se detuvo angustiado en un rincón sin fondo ante las tortugas y las ranas. No quiero ni mirarle.
Si lo miro me recuerda en silencio que ya no soy. Que tal vez fui.
Si no lo miro, sencillamente, no existe.
Aunque berree, aunque se lamente, aunque solloce y parezca que está vivo.
No, no y no.
No te miro, no existes.
Pero mi yo listo, el que escondo entre las cejas y al que saco a pasear de tanto en tanto no parece conforme con esto. ¿Cómo no va a existir el tiempo?, me dice en susurros colmados de pena.
No contesto. El tiempo existe si le permito arrugarme la cara. Si el espejo me devuelve algo que no conozco. Si las fotos me muestran un ayer en el que no estuve.
Mientras tanto, dependo de lo que creo que pasó. Si es que pasó. Si es que ayer estuve aquí y no soy ahora una invención de ti. Un sueño de él. Una memoria indiscriminada de un libro.
El tiempo existe cuando la agenda toma el mando, cuando los otros toman el mando. Cuando el control se establece no por la cadencia propia de tu vida sino por la urgencia absurda de los otros.
Pero esta noche no pasa nada.
El tiempo pasa porque le oigo irse.
Me importa nada.
Menos.
Y ni siquiera le digo adiós.

diumenge, 13 de març del 2011

Confesión núm. 18


En este periplo ausentista incómodo en el que me hundí plácidamente estos últimos meses han ocurrido muchas cosas.
Cosas que ya iré contando. Si yo quiero y tú quieres, claro.
Sin embargo, hubo una que me sorprendió con una sensación extraordinaria de gratitud hacia la persona que la hizo posible. Y no, no le conozco en persona, no me debe dinero y por supuesto, no intento que me ponga un quiosco en la Gran Vía.
Estoy hablando de Martí Piñol y de su libro "Una de vampiros".
Después de mi primer libro, mostré a mi representante (poca broma, tengo representante o por lo menos lo tenía) unas cien páginas de una novela sobre vampiros. En aquel momento solo Anne Rice ocupaba las estanterías y ni por asomo los vampiros eran críos que brillaban al sol. Lola se emocionó y me encomió para que la continuase. A trompicones lo hice (no fueron buenos tiempos aquellos) y cuando me faltaba poco para terminar el tochaco empezaron a surgir como setas libros de vampiros. Cada día una novedad, a cuál más sonrosada y pegajosa. Mi libro empezó a marchitarse a ochenta páginas de su final. Su protagonista me miraba perplejo. "Vamos, tía" -me decía- "joder, que es una tarde y media y me sacas de aquí".
Pero no lo hice.
Ahí está anclado, a ochenta páginas del final.
Perdí la fe en los vampiros.
Perdí la fe en la diversión vampírica.
Y entonces, vino Martí. De lengua desenfrenada, frase corta y muchas ganas de divertir. Se plantó en mi casa (bueno, él no, se plantó su libro después de ir religiosamente a La Llopa a comprarlo), me guió un ojo y me agarró la mano. No me soltó hasta un poco más tarde.
Complacida como una niña ante una Feria de Monstruos maravillosos.
Recuperada mi fe en los vampiros.
No es nada fácil para un escritor romper con lo preestablecido, sobretodo en esta sociedad en la que andamos en la que todo el mundo sabe siempre mucho más que tú. Y si alguien dice que a los vampiros les van las vírgenes de quince años, pues ahí se queda la cosa y tú, como siempre, te jodes (a ver quién le cuenta a semejante individuo que ante una virgen de quince años nadie puede hacer nada porque siempre ganan)
Así que aplaudo hasta el éxtasis a Martí, por sus dos cojones (o tres o uno, que no los he visto, te recuerdo) y por su forma increíble de llevarnos de paseo. Con tópicos, sí, con requiebros, sí, con palabrotas, por supuesto. Y si quieres otra cosa, te lees a Larsson otra vez y deja de dar por el mismísimo orto (que para ti, es culo)
Pero si buscas un rato bueno, con guiños para tu yo anterior, con cariños para lo que fuiste una vez... pues ya tardas. Ve y cómprate este libro.
Y yo seguiré agradeciéndole que lo hiciese, que no le importase que le doliese la espalda, que no perdiese la fe en sus personajes ni en sí mismo, que siempre tenga una palabra para ti si le dices algo sobre su trabajo (y generalmente, es una palabra amable)
Lo agradezco porque necesito recuperar a mi parte escritora, la que se sumerge sin miedo en otros mundos, la que ríe y la que llora y dejar de lado a este fantoche manipulador en el que me he convertido para poder pagar la hipoteca.
Gracias Martí por recordarme que otras cosas son posibles.
Y tú, lárgate ya a comprar el puto libro, joder.