dimecres, 13 de gener del 2010

Confesión 12.


No me preguntes. Sólo escucha. Entorna los ojos, ladea ligeramente la cabeza y haz ver que realmente lo que te cuento es vital para la supervivencia del ser humano. Miénteme. Pero escúchame.
Tejí una red de protocolos alrededor del 2010 para conseguir que ese cansancio con aspecto de brea maloliente desapareciese de mi piel. No sabes cuánto me esforcé.
Por cada puntada, un pinchazo. Por cada hilo enhebrado, una gota de sangre. Y así una y otra y otra vez hasta cubrir el año con sangre e hilo y esperanza.
Me senté, lo miré y me sentí satisfecha de mi trabajo.
Vendé mis dedos torpemente con tiritas y esperé que el frío amainase para que los augurios que salían en los libros se cumpliesen.
Y pasaron diez días.
El viento que se llevó las cenizas de las oraciones volvió con más fuerza y arrancó árboles y sueños. No entendí su furia. No entendí su deseo. Sólo pude acurrucarme en la cama. Ahora se que le pedí que se llevase todo lo malo. Lo hizo. Pero pagamos un precio.
Oh, chico, siempre se paga un precio.
Ahora espero pacientemente que los recosidos de mi año aguanten. Que mi equilibrio no estalle contra la ignorancia y mal hacer. Que sepa encontrar luz en donde no hay nada. Cero. Muerte. Ni eso.
Así que escúchame. Cada palabra, cada silencio, cada respiración, cada tono tiene un sentido.
Y esto será una puta mierda hasta que no lo entiendas.
¿Vale?
Así que deja de moverte y atiende. Puede que al final...

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