dilluns, 23 de novembre del 2009

Confesión 8.


Imagino cada mañana un mundo en el que ser uno mismo mereciese la pena.
En el que sonreír no sea una obligación. Pensar un misterio. Amar un riesgo. Soñar un infierno.
Imagino que de repente los mediocres se van. Adiós, adiós, les diríamos desde las playas del olvido. No vuelvan, les gritariamos. Colonicen el país de los grises y quedénse allí.
Veríamos cómo sus naves se dirigirían, orgullosas y atónitas, hacia los acantilados. Ale y que os den, acabaríamos diciendo antes de empezar a bailar y cantar.
Imagino que entonces el mundo dejaría de parecer húmedo y triste. Lenta y progresivamente los colores llegarían a lomos de dragones y quimeras. Primero los azules. Para pintar cielos y miradas. Luego los rojos para dibujar sonrisas y corazones. Y amarillos, y verdes y mezclados y separados.
Imagino que las palabras tendrían tonos. Y las caras muecas. Y la gente reiría sin miedo a arrugarse.
Cada mañana, cuando me siento en el coche y abandono la paz de mis montañas, imagino que abajo hay un mundo sin grises. Un mundo nuevo.
Algún día será verdad.
Por si acaso yo ya tengo mis banderines para despedirles en el puerto.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada