dilluns, 17 d’agost del 2009

Confesión 2.

Hoy hemos ido al Decathlon (deja que mire que se escriba así.. tic, tac... sí, así es)
Ricard necesitaba unos pantalones cortos y yo quería unas deportivas (no, no, ya no se llaman bambas) para realizar los paseos obligatorios a los que nos somete el médico.
En fin, un sinvivir de búsquedas infructuosas. Niños corriendo con minitablas de surfear, mujeres mirando codiciosamente modelitos para hacer spinning (o lo que hagan las mujeres que miran codiciosamente modelitos de deporte), hombres refunfuñando por los pasillos (en todas las grandes superficies siempre hay hombres refunfuñando por los pasillos), abuelas mirando asustadas los conjuntos de camuflaje (que en el Maresme son muy útiles) y adolescentes jurando que irán al gimnasio cada día.
Y luego, yo.
Paso cansino, abotargada de calor, rechoncha como un M&M, molesta por los tallajes (sospechosamente solo quedan tallas S porque las L y XL ya han desaparecido), mirando mis pechos por si cabían en los sujetadores... en fin, un cuadro que ni Goya en sus peores pesadillas podría pintar.
Y Ricard refunfuñando por los pasillos.
Nunca me gustó comprar ropa. Ni estando delgada. Los espejos están hechos de un material horrible, las luces están colocadas para que todos suframos de ataques de tisis. Hasta probarse unas deportivas (que no, que ya no se llaman bambas) es penoso.
Y por si no te has dado cuenta, ellos se compran pantalones cortos por dos duros (euros, ya se que son euros) y nosotras pagamos más del doble porque tenemos que llevar (¿alguien puede, por favor, explicarmelo?) cintas, dibujitos, gomitas, redonditas y mil pijerias más. Así que ahora, Ricard disfruta de unos cómodos pantalones negros para triscar alegremente por el jardín (sencillos, dos bolsillos, ropa fresquita) y yo arrastro unos que casi me llegan al tobillo, con cintas y oropeles y además con una doble cintura hecha de un material caluroso (juraría que es lana) que se me dobla en la barriga y parece que soy una oblea de San Juan.
Así que si tú, el que estás ahí, sabes por qué (del precio, no de mi aspecto), por favor, dímelo.
Esperando.

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